sábado, 28 de junio de 2014

Instantánea 122 - De Cuba llega un genio



Foto Jesús Alcántara

A modo de introducción, como nota curiosa y muy significativa os diré que en Cuba la primera conversación telefónica  se realizó en octubre del año 1877, tan solo siete meses después de que Graham Bell patentara su teléfono. A principios del siglo veinte, por supuesto bajo el férreo tutelaje de EE.UU., la American Telephone and Telegraph Company y Cuba firmaban un acuerdo para crear la Cuban Telephone Company,   lanzando  un cable submarino entre La Habana y Cayo Hueso.  Este cable estableció lo que fue la línea telefónica más larga del mundo en aquellos tiempos.

Central telefónica del siglo XIX

Y todo siguió su proceso, siendo  introducidas en la isla las mejoras que EE.UU iba incorporando a su propio sistema de comunicaciones.  Hasta que en el año 1960 las instalaciones de la Cuban Telephone Company fueron expropiadas y nacionalizadas por el recién estrenado gobierno de Fidel Castro. A medida que pasaban los años, la falta de recursos materiales, el uso chapucero y el inexorable deterioro que ocasiona el tiempo, hicieron que el contacto telefónico con la isla resultara cada vez más caótico llegando a convertirse con frecuencia en  imposible.

En el año 86 una drástica avería en el cable submarino provocó que las llamadas debieran ser establecidas a través de terceros países. Era necesario por lo tanto recurrir al servicio internacional de larga distancia. Esto te dejaba en las manos de unas telefonistas que generalmente, no sé el porqué, asumían una desagradable y displicente actitud cuando pedías hablar con la isla de Cuba. Casi nunca había línea y si la había  no era extraño que algún cubanito desconocido contestara a tu llamada desconcertado y desde un número equivocado.

Años después, cuando por fin se restableció la línea directa con Cuba, mi comunicación con Lucy pudo ser mucho más fluida. Al menos dos veces al mes nos poníamos al día de nuestras respectivas vidas y avatares. Gracias a eso pude seguir el progreso de los estudios musicales de su hijo Gabriel, el cual desde pequeño dio señales de poseer grandes condiciones pianísticas.  Ya en su temprana adolescencia el muchachito participó en celebrados conciertos y ni siquiera esa difícil etapa de la vida logró distraerle de su devoción hacia la música.

Yo con Gabriel
Y un día mi amiga me dijo, llena de emoción, que Gabriel había sido seleccionado para participar en un concurso internacional de piano que se celebraría, en fechas muy cercanas, en la ciudad de Valladolid, España. A pesar de la vergüenza que aún le provocaba el comportamiento de su otro hijo, Alejandro, ese ahijado mio que había traicionado, años atrás, nuestra confianza y desdeñado nuestros intentos por ayudarle, (ver Instantáneas 104 y 105) tras asegurarme que la situación y los personajes eran totalmente distintos, me rogó nos ocupáramos de Gaby durante el tiempo que durara su estancia en la península pues, como de costumbre en estos casos, el muchacho venía tan solo con los viajes sufragados por el gobierno de Cuba y muy escaso de equipaje. “Gabriel no les va a dar problema alguno”, me aseguró, “él y su hermano son como las dos caras de una moneda. Y no teman que intente quedarse en el país. Nunca  se le cruzaría esa idea por la cabeza. Su arraigo familiar es demasiado fuerte, al igual que su sentido de la responsabilidad.” Como comprenderéis, a pesar de saber hasta qué punto puede ser ciego el amor maternal, aceptamos encargarnos de “el niño”, (que por aquel entonces tenía tan solo veinte lucidos añitos). Lucy era mi hermana y siempre haría por ella todo lo que estuviera en mis manos.  Y os aseguro que nunca nos tuvimos que arrepentir de tener a Gaby con nosotros.

El chico resultó ser encantador y sus facultades al piano excepcionales. Durante las jornadas que permaneció en nuestra casa de Madrid solo una cosa nos pidió; que le consiguiéramos un piano para continuar sus prácticas. Debía sentarse al instrumento al menos cuatro horas diarias para no perder digitación.

Gabriel Urgell
Por fortuna en la calle donde vivíamos había una pequeña escuela de música a la cual me dirigí con el fin de alquilarle un salón. Y allí, estudiantes, maestras del centro, y por supuesto yo, nos enamorábamos cada día del Prokofiev, del Debussy, del Mahler que salía de los privilegiados dedos de aquel jovencísimo mulato.

Cuando lo dejamos en Valladolid para participar en las pruebas de selección, le di tan solo un consejo; “Gabriel, tienes una técnica impecable pero por favor no pierdas esa sensualidad que da a tus manos y a los matices de tus interpretaciones reminiscencias de lamentos y tambores africanos. Esa es tu gran baza y lo que te diferenciará de tus competidores.”

Por supuesto pasó sin problema la primera criba y fue aceptado como concursante en ese prestigioso premio “Flechilla Zuloaga”.

Eran muchos los participantes y a todos fue desbancando en las eliminatorias.  Hasta llegar a ser uno de los tres afortunados finalistas.

La gran final, que tuvo lugar en el Auditorio de Valladolid,  resultó un espectáculo inenarrable. Ver a ese muchacho, al que a  consecuencia de su escaso vestuario  habíamos tenido que comprar un traje de chaqueta  para la ocasión,  sentado al piano de cola, con una orquesta de cuarenta músicos detrás, nos emocionó  como si se tratara  de nuestro propio hijo. A medida que iba desgranando sobre el teclado las difíciles notas del Concierto Número 2 Opus 18 de Sergei Rachmaninoff, pieza que eligió para la ocasión, la tensión en la sala, casi sexual, se iba incrementando. No solo sus notas eran claras y precisas. Su imagen, fibrosa, trémula y llena de sensibilidad en los “pianísimos” y de fiereza y pasión en los “fortes”, era casi hipnótica. Al terminar su ejecución, con la totalidad de los asistentes en pie, hubo un estallido de bravos y una ovación que duró varios minutos. Y lo más significativo de todo fue ver a la orquesta en pleno levantarse y aplaudirle. A pesar de la excelente labor de los otros dos finalistas tan solo él recibió ese máximo honor que los músicos acompañantes ofrecen a veces a un solista o a un director.




(Os incluyo un vídeo actual de Gabriel tocando el Concierto de Rachmaninoff)

Paseando, aun emocionados, por los salones de aquel gran Auditorio, durante los minutos del intermedio fijado para que los jurados decidieran a quién otorgarían los premios, constatamos que los comentarios del público daban como innegable ganador a Gabriel.


Entonces, para nuestra sorpresa, el presidente del jurado se acercó a nosotros, “los padres postizos del artista”, y nos dijo con voz contrita: “Señores, tenemos un gran problema. Todos estamos de acuerdo en que el merecedor del primer premio es Gabriel Urgell. Pero en las bases del contrato se  estipula que el ganador, aparte de recibir 10.000 euros, se compromete a realizar, en el lapsus de un año, un alto número de conciertos en España patrocinados por nuestra fundación. Ayer hemos hablado con Cuba y nos han dicho que bajo ningún concepto le darían permiso para permanecer un año fuera del país y que la opción de que realizara tantos desplazamientos de ida y vuelta les saldría demasiado gravosa. Nosotros no podemos comprender semejantes razones pero eso nos impide obrar con justicia. Así que hemos decidido otorgarle el Segundo Premio y el  Premio del Público que se ha ganado de forma tan abrumadora”. Y así fue como la estupidez del gobierno castrista frustró un año de conciertos y experiencias que seguramente hubiesen cambiado la vida de aquel joven cubano y llevado a la isla el prestigio de un primer premio de interpretación pianística.  

Gabriel Urgell. Foto Jesús Alcántara
Un par de días más tarde despedimos en el aeropuerto de Barajas, Madrid, a aquel muchacho que nos dejaba en el alma la dolorosa sensación de impotencia de no poder hacer nada por quien tenía todas las posibilidades de convertirse en una estrella  y que, sin embargo, en su patria era ignorado.

(Durante los años que siguieron Gabriel Urgell continuó ganando, de forma esporádica, concursos internacionales, siempre regresando, más que a Cuba, al seno familiar. Un tiempo después consiguió una beca de estudios en el Conservatorio Nacional Superior de Música y Danza de París. En la actualidad, con nacionalidad española que le conseguimos,  vive en Francia, realizando en ese centro las labores de profesor y haciendo a la vez exitosos conciertos para satisfacción inconmensurable de su madre Lucy.)

Hasta aquí la historia de ese gran pianista que, sin ayuda alguna de su país pero con tesón y sacrificio, ha logrado convertirse en un personaje notorio dentro del mundo musical europeo.

Aquella emotiva experiencia tuvo serias consecuencias en mi vida: mis adormilados instintos artísticos se despertaron hambrientos de escenarios y sedientos de aplausos. La paz y el distanciamiento de los que me había rodeado últimamente volvieron a parecerme tan solo una traición a mi verdadero yo. Así que cuando Gustavo Pérez Puig, el director y productor, me propuso volver a interpretar a la divertida Mujer Barbuda en la obra de Miura Tres sombreros de copa, me reintegré a la farándula más que encantada.



Tres sombreros de copa. De izquierda a derecha, Sara Montalvo, Pepe Álvarez, Begoña Blanco, Carmen Martínez Galiana
Jordi Soler, Miguel de Grandy, Cipriano Lodosa, Ángeles Martín,José Luis Coll, Carlos Urrutia, Yolanda Farr, Pepe Sanz, Luis Hacha y Estefanía Nusso.

Tal vez recordaréis que ya en el año 1995 había aceptado hacer esa colaboración especial en un proyecto que tan solo  duró unos meses de “bolos de ida y vuelta”. (Ver Instantánea 109). Ahora la oferta era de un año en Madrid, en el teatro Príncipe, y otro de gira por España. El reparto era distinto en su casi totalidad. Tan solo repetíamos Luis Hacha, Antonia Paso, Jordi Soler, que en esta ocasión interpretaba a Don Sacramento en lugar de al Negro Buby, y yo. Pero las nuevas incorporaciones eran magníficas: Cipriano Lodosa y Ángeles Martín, en la pareja protagonista, José Luis Coll, Carmen Martínez Galiana, Raquel Pérez Puerto, Sara Montalvo, mis amigos Miguel de Grandy hijo,  Carlos Urrutia, Manuel Medina, Pepe Álvarez, Pepe Sanz y Kike Espildora, Estefanía Nusso, Begoña Blanco, Paco Galindo y Andrés Arenas. Un magnífico reparto con grandes nombres y un grupo de actores jóvenes que formaron una refrescante y divertida compañía teatral. Y fue con ellos, durante esos ratos en los camerinos, mientras permanecíamos fuera de escena y los protagonistas se refocilaban cara al público en los maravillosos textos de Miura, cuando tuve la oportunidad de aquilatar las dificultades de los jóvenes y novatos actores para hacerse un sitio dentro del moribundo mundo del teatro de aquellos días. Pero de eso hablaré en el próximo capítulo.

Próximo capítulo. ¡Que vida la del artista!



sábado, 14 de junio de 2014

Instantánea 121 - Hogar, dulce hogar

Óleo de Jesús Alcántara


Primera parte.

Poco tiempo después de nuestra mudanza al chalet de Estrecho de Corea llegó Robin. Su triste historia nos hizo olvidar el “firme” propósito de nunca más tener una mascota. Los dramáticos fallecimientos de mi madre y de mi inolvidable perro Labrador, Alex, sucedidos pocos años atrás, me habían hipersensibilizado frente a la enfermedad y la muerte de mis seres queridos. Sobre todo ya no me sentía capacitada para hacerme responsable de un ser frágil e incapaz de contarme sus males. Pero el angustioso presente de aquel perrito y su trágico futuro nos obligaron a tomar la rauda decisión de adoptarlo.

El primer día de Robin en casa
La cuestión fue que una amiga de un amigo había comprado hacía un mes, ante el capricho de su hijo pequeño, un cachorrito de West Higland Terrier y, seguramente asumiendo que se trataba de un peluche movido a pilas, su sorpresa fue morrocotuda al comprobar la cantidad de pis y caca que el supuesto muñequito expulsaba diariamente. Porquerías que  ella debía recoger. Así que, al poco tiempo de tenerlo, decidió que aquello era demasiado trabajo y optó por dejarlo encerrado en un pequeño servicio durante todo el día. Como es de suponer el pobre bebé enloquecía en su aislamiento. Ante sus constantes lloros y lo que ella llamaba “mi falta de tiempo  para encontrarle otro amo”, la dueña decidió sacrificarlo. Así, aunque os parezca mentira.

Para suerte del Westy y nuestra,  una hora más tarde de llegar a mi conocimiento la historia, Jesús y yo estábamos en casa de esa mujer y aquella misma tarde Robin Hood, Robin para los amigos, entraba en nuestra vida y se adueñaba del chalet y de nuestros corazones. Nos resultaba imposible comprender que un ser humano pudiese ser tan insensible, tan frío como para no enamorarse de aquella bolita de nieve, aquel animalito que, desde que lo tomé en mis brazos, no paró de abrazarse a mí, llenándome de besos mientras movía con desenfreno su largo y coqueto rabito.

En la piscina
Habiendo tenido animales en casa desde la niñez, habiéndolos criado y conociendo de sobra todos los sacrificios que educar a un perro y convivir con él implican, jamás he recomendado indiscriminadamente  su tenencia. Por desgracia demasiados seres humanos están incapacitados para empatizar con un animal. Y quiero decir  por desgracia para ellos ya que no pueden imaginar los regalos de fidelidad, amor  y compañía que  recibirían tan solo a cambio de un poco de atención.  (Para finalizar esta parte de mi blog os diré que Robin sigue con nosotros, tan juguetón y cariñoso como de cachorro, siempre a nuestro lado, siguiéndonos de habitación a habitación, como si supiese de lo que le salvamos y a la vez temiese perdernos).

Segunda parte.

Tengo muy claro que aquel 1/1/ 2001 había significado para mí mucho más que  el comienzo de un nuevo siglo. En ese esperado siglo XXI una nueva era comenzaba para Yolanda Farr, esa mujer vapuleada por la vida desde la niñez, desarraigada y vuelta a desarraigar, malnutrida por la posguerra civil española, maltratada por el régimen castrista cubano, al principio de su repatriación asfixiada por una España que no la reconocía como hija legítima, a veces menospreciada pero, en contraste, otras muchas loada en ese veleidoso mundo del arte que adoraba, siempre víctima de los mareantes altibajos a los que la sometía esa montaña rusa que era su vida. La eterna luchadora sentía que algo iba cambiando en su interior.

Una nueva Yolanda se abría paso en su pecho para reemplazar a la agotada española-alemana-cubana con la que cargaba desde hacía más de sesenta años, una Yolanda sin apremiantes metas, capaz de disfrutar de las cosas cotidianas, sin premuras ni autoexigencias, decidida a gozar de los sencillos deleites de la amistad, la majestuosidad de la naturaleza y la paz hogareña. Alguien  desconocido pero con quien estaba decidida a  lograr una completa simbiosis. En parte convencida de que la farándula ya no era aquella gran familia de soñadores en cuyo seno tanto sus padres como ella se habían desenvuelto, y en parte consciente de que el mundo estaba sufriendo una transformación de la que no podía ni quería participar, decidió hacer de su hogar un “centro de acogida” para los buenos amigos de siempre y para los que fueran llegando.

Pepa Sarsa, yo, y Elisenda Ribas con su perra, Chanel en nuestro patio

Así fue como nuestro chalet de Estrecho de Corea se convirtió en lugar de tertulias “internacionales, interraciales, e interprofesionales”, es decir un remedo de aquella “comuna” que  durante los setenta, nos había hecho disfrutar de reuniones entrañables.  (Ver Instantánea 63).


A la izquierda yo, Jesús, Juan José Ortega y su esposa Ana
           A la derecha con Antonio Collado y Mari Carmen Calleja

Personajes eternos como José María Salmerón,  Antonio Collado y Mari Carmen Calleja, que fueran mis impulsores, mis representantes teatrales en la década de los 70, mi “primo” Juan José Ortega, miembro de aquella familia política mía tan convencional y despegada que encontré al llegar a España y el único  con el cual hubo auténtica conexión,(ver Instantáneas 48, 49 y 50),  el periodista y poeta Roberto Cazorla, Carlos Rodríguez y Sergio González,  Gladys Triana y Lyda Triana, mi gran Mequi Herrera, (con estos últimos me mantenía en continuo contacto gracias a sus anuales viajes a España y últimamente a Internet), eran visitantes habituales.


María Gracia Mateu, yo, y María Krysler
María Gracia Mateo y María Krysler, las responsables de uno de mis mejores trabajos al tiempo que de una de mis mayores decepciones, el Music-hall Lola (ver Instantánea 101) y el eterno amigo Paco Marsó se mezclaban sin problema con nuevas y entrañables adquisiciones.


De izquierda a derecha Susana Canales, Evelyn, yo y Paco Marsó





Por poner algunos ejemplos, mi compañera de Aprobado en castidad, Susana Canales, la admirable Analía Gadé, mi exprofesor de baile Guido González del Valle,  Pepa Sarsa y Elisenda Ribas, con la cual, gracias a nuestra  terrible experiencia en Hay motín, compañeras se había establecido una íntima y sincera relación, Francisco Puñal, periodista cubano o el concertista de piano Luis Rojas que, cada vez que visitaba España, nos honraba con sus visitas. 







Nuestro patio en primavera
Y así, durante años nuestras reuniones se fueron repitiendo,  siempre incrementándose con amigos de amigos que acababan convirtiéndose en adictos. En verano disfrutando en nuestro jardín de las plantas regadas por mí con dedicación, mimadas y cobijadas durante esos helados inviernos madrileños. Esas  que al llegar la primavera  nos deslumbraban con su  aroma y verdor.

José María Salmerón, yo, Guido González del Valle y Mequi Herrera

El resto del año las tertulias tenían lugar en los salones que, no sin esfuerzo, yo había conseguido convertir en acogedores. Sin duda aquellos coloridos y hermosos cuadros pintados por Jesús que llenaban las paredes, los muebles, mezcla de madera cruda y cálido cuero negro y los cortinajes que yo había querido coser con mis propias manos, como muestra el retrato de Jesús que encabeza este capítulo, lograban impregnar los desangelados habitáculos primitivos de fulgor hogareño. “¡En esta casa hay miel!”, afirmaban los visitantes cubanos. “¡Qué lugar tan lleno de buenas vibraciones!”, decían los amigos españoles. Y aquello debería ser cierto  pues uno sabía cuando llegaban los invitados pero nunca a qué hora se irían. ¡Cuántas cálidas madrugadas veraniegas vimos desembocar en mañanas mientras, sentados en el patio y estimulados por los mojitos que no cesaban de brotar de mis manos como por arte de magia, charlábamos  sobre lo humano y lo divino!

Roberto Cazorla, Lyda Triana, Guido González del Valle, yo y Gladys Triana
No era que hubiese roto definitivamente mis relaciones con el teatro. Tal vez las malas experiencias recientes, quizá el sentir como los años pasaban  consiguieron que mis ojos se abrieran a un mundo fuera de los escenarios,  cámaras y focos, haciéndome comprender que mi existencia había estado demasiado circunscrita a una profesión absorbente y a veces desagradecida. Ya no me pasaba las horas al lado del teléfono esperando una llamada de trabajo ni me enzarzaba con mis compañeros en diatribas contra la situación del arte en el país. Habían otros muchos temas interesantes para debatir.

Izquierda con Luis Rojas.          Derecha con Francisco Puñal
Y así, durante un tiempo, disfruté de una anticipada jubilación, con la consciencia tranquila, sabiendo que había dado a mi trabajo todo el amor heredado de mis padres y que lo había alimentado en abundancia, a lo largo de seis décadas de fortunas e infortunios, con el mío propio.

Una temporada aquella que podría compendiarse en una palabra hasta entonces desconocida para mí: paz.

Jesús, Robin y yo
Hasta que un día de nuevo Cuba me enviaría un regalito que iba a convulsionar   mi vida.


Próximo capítulo. Ha llegado un genio

sábado, 7 de junio de 2014

Instantánea 120 - Una mente desequilibrada.


Foto Jesús Alcántara

Siempre que he de contar alguna experiencia negativa  con un compañero o compañera de profesión, la pantalla de mi ordenador se desdibuja ante mis ojos, el teclado se rebela bajo mis dedos como intentando disuadirme. Pero debo luchar contra mi renuencia, ya que mi propósito ha sido siempre haceros partícipes, queridos lectores,  de mis más significativas vivencias. Buenas o malas.  Son muchas, muchísimas las maravillosas personas con las que me he topado en esta profesión. Y de ellas he hablado sin escatimar halagos. He vivido momentos gloriosos sobre un escenario y aunque algunos lo han sido menos, en ningún caso, en ninguno, un conjunto de hechos se habían aliado para hacer que mi trabajo sobre las tablas se convirtiese en lo más parecido a un infierno. Parecía que el accidente de Elisenda Ribas hubiese hecho caer sobre Hay motín, compañeras  una maldición cuyo punto álgido estuviese asentado sobre mi cabeza. 

Yo, Alfredo Alba, Gemma Cuervo y A. Soriano

Desde el mismo momento en que reiniciamos los ensayos, el peso de la tragedia vivida, la inseguridad sobre la supervivencia de nuestra compañera, que continuaba en la UCI en estado crítico, nos sumía en una brumosa sensación de angustia, alimentada aun más por los dramáticos textos sobre los que cada día debíamos trabajar, es decir las tristes historias de aquellas reclusas. Sin duda todo colaboró en crear el mal ambiente que reinaba desde el primer día.

Pero como se suele decir sabiamente, “comencemos por el comienzo”.

La mañana en la que Ángel García Moreno, nuestro director y productor, nos citó a Eva, Elena, Elisenda, Pepa, Elvira, Alfredo, Ana y a mí para tener nuestra primera reunión de compañía, tras los abrazos y saludos de rigor, nos dimos cuenta de que faltaba la que creíamos sería nuestra primera actriz: la encantadora María Luisa Merlo.

Alberto Miralles

Todos pensábamos que para ella sería ese papel de vanidosa y superficial periodista de la prensa amarilla que tan bien había dibujado el autor Alberto Miralles, así que las palabras de Ángel nos dejaron de piedra: María Luisa no estaría con nosotros porque le había salido una importante serie en televisión, algo que ningún actor puede darse el lujo de rechazar. En su lugar vendría Gemma Cuervo, una mujer con un gran currículo pero a la que últimamente no se veía ni en la pantalla ni sobre los escenarios.  Entonces nuestro director nos informó del porqué de esas ausencias. “Gemma está pasando por un momento muy malo. Su separación de Fernando Guillén, su marido y compañero teatral durante tantos años, la ha desquiciado hasta tal punto que se ha vuelto conflictiva y la gente de la profesión prefiere prescindir de ella. Como es mi amiga  desde hace años, he decidido darle esta oportunidad de demostrar al público y a los empresarios que  aún está en  forma. Solo os suplico que tengáis paciencia,  mimándola y apoyándola en todo lo posible para que recobre la seguridad en sí misma”. Aquello conmovía pero también asustaba bastante. Estar obligados a tener una condescendencia excesiva con un compañero, aparte de la lucha que entrañaba trabajar nuestros áridos textos en el escaso mes que tendríamos de ensayos, nos parecía una labor demasiado ardua. Pero como es natural, acatamos las órdenes del director. Mis amigas Eva, Elena, Pepa, Elisenda y yo estábamos seguras de que nuestra piña podría superar cualquier exagerado divismo o cualquier salida de tono de la actriz.


Yo, Elvira Travesi, Gemma Cuervo y Karola Eskarola

Siendo los papeles de Gemma y el mío  igual de protagónicos, durante esas agudas controversias que nuestros personajes sostenían, en las cuales el autor dejaba clara la superficialidad de la periodista y la acre pero profunda filosofía de la presa, estaba marcado que yo fuese la parte dominante y ella acabase siendo la dominada. Pero, como si ni siquiera se hubiese leído la obra, la diva se negaba a aceptar esas posiciones. Continuamente interrumpía nuestros diálogos pretextando que se sentía incómoda, llegando un día a decirle al director, ante toda la compañía, que no podía tolerar que yo la agrediera de esa manera. Es decir, YO, no mi personaje. Todos intentamos, convencerla de que su enemiga no era Yolanda Farr sino el personaje que interpretaba. No había manera de hacérselo entender. Hasta que un día durante el ensayo aseguró, a gritos descompuestos, en un absurdo brote de histeria, que no estaba dispuesta a trabajar con alguien que la humillaba en escena. Ese desvarío ya me resultó imposible de tolerar y anuncié que me despedía de inmediato. Aquello fue la hecatombe. Ángel me suplicaba entre sollozos que cambiase de opinión, alegando que él estaba encantado con mi trabajo, y además que a esas alturas sería imposible  sustituirme.


Karola Eskarola, Eva Higueras, yo y Pepa Sarsa
Las compañeras me intentaban calmar recordándome las palabras de advertencia de García Moreno el día de nuestra primera reunión.  Alegaban que si yo me iba ellas harían lo mismo y que perderían el trabajo y el esfuerzo invertido hasta el momento. En fin que entre todos lograron domeñar mi amor propio y me rendí. Continuaría con Hay motín soportando la tortura a la que el injusto y desordenado comportamiento de Gemma me sometía. Como comprenderéis, ese ensayo se suspendió y todos marchamos por nuestro lado con la aguda desazón que esos altercados suelen dejar en el alma.

Karola Eskarola y yo


Pero aquella noche recibí una llamada sorprendente. Mi “enconada enemiga” me pedía  perdón por su comportamiento. Con voz acongojada me aseguró que estaba pasando por una etapa de descontrol y de depresión que le obnubilaba el  juicio, que estimaba en mucho mi trabajo y llegó a confesarme que, en algunas ocasiones, había recurrido al viejo truco de cortar una escena utilizándome de pretexto  porque en realidad lo que le sucedía era que no recordaba sus lineas. Al parecer, debido a su estado, no lograba retener en su memoria los textos.  Mi respuesta fue que pasáramos página intentando, de ese momento en adelante, tener bien claras las diferencias entre mi furioso personaje y Yolanda Farr, su compañera y admiradora. Sus confesiones y excusas me habían conmovido.





Y así, entre conatos de agresividad, que al parecer le resultaban imposibles de contener, y posteriores disculpas, llegamos al estreno de Hay motín, compañeras en el Teatro Fígaro. Esto sucedía a principios de junio. A pesar de excelentes críticas para pieza y autor, buenas para toda la compañía y tal vez las mejores de mi vida para mi trabajo  el público rechazó de plano un tema tan árido y nos negó su apoyo.

No puedo quitarme de la cabeza que algo maléfico se cernió sobre la obra desde el principio, arrebatándoles su gran oportunidad a unos textos y a un tema que merecían mucha mejor fortuna, y privando a los actores del disfrute de una buena labor y de un largo tiempo de trabajo.

Para terminar esta narración os contaré que Gemma jamás llegó a aprenderse los diálogos y que todos nos dedicábamos cada día a sacarla de los “jardines” en los que se metía. Así fue hasta la última representación. Sin duda en algún momento posterior la Cuervo salió del oscuro pozo en el que se encontraba pues. cuando le otorgaron un papel de continuidad en una serie televisiva. lo  realizó con gran eficiencia y eso reverdeció sus laureles. De lo cual con toda sinceridad me alegré.

No sé qué recordará ella de aquella infortunada experiencia en Hay motín, pero por desgracia yo nunca podré olvidar qué convirtió mi mayor placer, la actuación,  en una diaria tortura.

Para calmar a alguno de sus admiradores a quien mis palabras puedan ofender he de repetir que mi única intención en este blog es contar anécdotas de mi vida y que cada una de mis historias es hija legítima de una experiencia puntual. Y sobre todo no olvidemos la gran verdad que se esconde tras el famoso dicho “cada cual habla de la feria según le va en ella”.

ADJUNTO.

El príncipe Felipe y su padre
el Rey Don Juan Carlos I

España está de nuevo en ebullición.

El día 2 de junio del presente, año 20014,  Juan Carlos I, rey de España durante 39 años, frente a todas las televisiones del país y ante la  total sorpresa del pueblo, declaró su intención irrevocable de abdicar en su hijo Felipe de Borbón. Pero sin duda de este hecho ya tenéis cumplida información. Así que me limitaré a aportaros pequeños pero importantes datos sobre la situación política española en estos momentos.

El partido de Izquierda Unida, tiene convocada una manifestación oficial en Madrid para exigir un referéndum en el cual la ciudadanía opine sobre el Modelo de Jefatura del Estado que desea seguir.

Aunque los dos grandes partidos. PP, Partido Popular  y PSOE, Partido Socialista Obrero Español, aseguran apoyar el cambio y piden que sea sin “revuelta ni rebelión”, otros como el catalán Esquerra Republicana, que sigue reclamando la independencia, y el partido Nacionalista Vasco, que ha anunciado abstenerse en opinar sobre el relevo,  revuelven las aguas con objeciones a la continuidad en España de nuestra Monarquía Parlamentaria.

Pablo Iglesias

Pero en mi opinión no son estos grandes partidos a  los que más hay que temer. La súbita aparición en el panorama político de Pablo Iglesias y su partido Podemos, que sorprendentemente obtuvo 5 escaños en las recientes elecciones para el Parlamento Europeo, es algo inquietante.

Este personaje, profesor universitario y de gran popularidad, ha llegado a crear "palabros" como “empoderamiento”, y giros como “casta”, en referencia al régimen y a un sector conservador o elitista de la población, que han calado en un pueblo seguidor de sus discursos en un principio callejeros y ahora televisivos. Su intención es levantar al pueblo en contra de lo establecido, siguiendo el estilo de sus referentes políticos como Hugo Chávez y Fidel Castro. Confieso que ese hombre, con su poder de instigar a las  masas, me asusta. Prometer al proletariado la solución de todos sus problemas me parece una falacia demasiado tentadora para muchos cándidos oídos.

Como en mi adolescencia tuve la dudosa suerte de vivir una situación semejante en Cuba, los “brillantes oradores”,  los “hacedores de milagros”, es decir, los demagogos  me aterran. En fin, veremos cómo reacciona el país ante esta coyuntura altamente conflictiva.


Próximo capítulo. "Hogar, dulce hogar".